26 de noviembre de 2007

The Final Beep

¿Que haré con mis fantasmas cuando cuelgo el tubo?
¿Qué con mis iras cuando tu voz se disipa?
¿Estrangular a la operadora?;
¿ahorcarme con el cable espiralado?

El corte y ocupado me parecen,
inversión psicoanalógica,
al silbido de muerte de un monitor,
cuyo canalizado agónico soy yo mismo.

Los dibujos de almanaque,
no destilan la claridad de mis versos.
La distancia es infranqueable,
el camino inobjetable.
Mi estomago se resiste a la derrota.
Los perros aúllan perdidas no halladas.

Un loco me grita azafranes, diademas, yemas,
para regalarte, mimarte, contenerte.
Licuarme de soles rojos
en tu luna de ombligo.
Jugar a los besos... tan distantes.

Estoy en tu cuarto,
en tu alcoba, en tu cama, tu armario.
Veo ciego la dulzura de tus peluches;
el color de tus cremas,
la luz de tus parafinas.
Escucho los pájaros de tu ventana,
la canción de tu walkman.
Y sueño tu piel...

Pero no puedo tocarte.
Estás al otro lado del planeta...
o del espejo...
o dentro de un agujero negro.
¿Cuál es la diferencia?

Los tiempos se acaban,
mis tiempos no son lo tuyos,
primavera de cristal,
tengo un invierno esperando mi mortaja.

Ahhy, tiempos de locos diamantes;
donde creía en la diafanidad de las arterias,
la mensurabilidad de los hemisferios,
la posibilidad de una justicia.

¿Como atraparte?

Jugar a las escondidas era más dulce.
Aunque no te encontrara,
me tocarías piedra libre.
Mi tejo nunca obtendrá Visa,
para llegar a tu cielo.
Este gallito ciego
me obliga hasta gugol.

La tarjeta,
tu tarjeta, se termina,
la operadora;
en tiempo batch,
dictó su sentencia,
el sonido de tu lengua me lacera,
y mis alas se desvanecen.

Me despierto en este infierno sudaca.
Cárcel de producción.
Y mi demonio meridiano
que te sueña.

Quizá sea Tántalo
No se la omnisciencia de que dios habré ofendido.

El hambre eterna de tener,
tenerlas, tenerla, tenerte.

Estirar la mano y...
se convierta en fuego,
en amiga...
te conviertas en agua.

Atado al árbol de la realidad,
te veo surcar mi jardín,
pececita de colores.
Y al abrir los ojos,
tan sólo una ventana espejada,
que me devuelve mi existencia material.

Creo que mi infierno reside
en mi bolsillo, bolsillo proletario.
Al menos a Diógenes le tapaban el sol.

Ay! luna.
Luna no me mientas.
Decime que ese destello oscuro,
al borde de Mare Tranquilatis
es el reflejo de sus ojos;
y no un cascarudo de metal.

Desde el vidrio te veo luna.
Contame de la fragilidad de sus manos.
De la tangibilidad de su cintura.
La frescura de su boca.
La musicalidad de su dialecto.

Pronto luna
que el tiempo se acaba,
no tengo más que decir,
el eclipse se avecina,
daño cerebral irreparable,
una golondrina parte de viaje,
llevale esta gota de sangre.


2003