27 de agosto de 2007

La puta de Cardenal

Y hablaron de la puta,
Le asignaron un indicio fundamental.
Un puesto en el margen de las reglas.
Figura en todos los diccionarios
jeroglíficos, ideográficos o alfabéticos.
Bien denotado,
para restar connotaciones.

Es que, de por sí,
puta,
contamina toda lexia.
Confunde los campos seménticos.
Los desiertos de labios.
Las sabanas de guasca.

Pero, puta, ¿por qué?

Claro,
aún recuerdo mis tiempos en que veneraba el manto azul de María,
por no haber libado olido gustado el acre y dulce gusto de una concha.

Tiempos, claro,
en que solía irme al baño alivarme de una flatulenxcsiaaahhh.
Que ignoraba el (fingido) gesto de dolor de un esfínter de ninfa penetrado.
Que no sabía porque recórcholis (¡Oh, caramba!) se reían a mis espaldas.

Pero la puta, claro.
La puta tuvo, alguna vez,
cálculo matemático puro,
esperanzas blancas,
pastito de reyes,
zapatitos de cristal,
un poster pegado en la pared.

Un rato antes, creo
que esa botella de cerveza
que el gordo rancio amenaza con meterle en la vagina.

Incluso él,
sucio como el riachuelo,
le dice, “Ppputttta.

Ella, cosas del oficio, le sonríe
y en un juego muscular de aducción y abducción,
le sopla un pedo de vagina,
inundando el aire de estrógenos,
sólo para que el alcohol no le haga olvidar a que había venido.
Brusca deducción.

Decirle, puta. ¿Por qué?
Tan sencillo.
Me lo enseñaron junto con el himno.
Porque hace,
esas cosas,
por dinero.

Fue allí,
unas 14 veredas antes de este ahora-ya,
que descubrí la razón de mis hemorroides.

Yo también me dejo romper el culo,
todos los santos días (amén) por plata.

Por unos sucios rostros,
bajo la cabeza y esbozo una sonrisa
cuando me siento sobre la dura sija
que el patrón me tiene asignada en la pocilgina.

No sólo eso.
No, solo, eso.

Yo, he permitido la prostitución de mi hija.
He dejado que mi hija venda su cuerpo,
eufemizado como fuerza laboral,
a cambio de unas monedas.

Para que coma, se bañe, tome el colectivo,
espero que hacer el amor
(porque las hijas no cogen, hacen el amor)
y esté otra vez, mañana, pasado, el lunes, el martes
conformando el futuro,
de quien se queda con el sudor de su frente.

Es cierto,
¿puedo decirlo en mi juicio de descargo?
Yo no le regalé El origen de la riqueza de las naciones.

Yo sólo le di origen.
Pero no luché lo suficiente.

No hace falta estallar una cabina contra las ventanas del City.
Dejar el pecho asmático, cansado y perforado en una selva boliviana.
Ni tener un gran sueño.

De todas maneras te volarán los zapatos, el pecho y la cabeza.

Pero la puta me sonríe y hoy estoy muy caliente.
Le voy a dejar unos ped/sos
que gané con mi tortura de artritis,
mi cristalino esclerosado y mi culo roto.
Y es inútil.
Ya es muy tarde

Haré mucho menos que Cardenal.
Escribiré un poema,

por el cual no iré preso.

2005

1 comentario:

Verónica Cento dijo...

cris

¿para cuándo piensa actualizar su blog?

saludos, por acá ando;)