Ella escarbó la tierra,
bajo la lluvia de sus lágrimas,
durante un cuarto menguante.
Arrojó los floreros,
rompió el retrato,
partió la laja,
y clavó las uñas,
en la tierra removida.
El paredón sur le devolvía el eco,
de su llanto
y el sonido de madera quebrada.
Lo acurrucó,
lo peinó,
le limpio la barba,
y no le importó que no oliera a Musk.
Pero él,
no le sonrió,
no le pronunció suspiros,
ni cálidos exabruptos.
Cansada de ofrecerle los pechos,
sus arrullos y su saliva,
se dio por enterada de su muerte,
y se abrió las venas con el crucifijo.
2001
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