Hoy vengo, rio,
a tejerte un sueter.
Tus manos están tibias,
menean juncos en la orilla.
Perfume a totoras.
Cosquillas de dorados.
Pero hoy vengo, sabés,
a espejarme en tu cauce,
volver a parir de lágrimas,
a mi hijo,
verlo en la ventana.
Dicen, algunos,
aunque no estoy segura
(¿Acaso hay cosa más terrible,
que no saberlo?)
que lo guardás en tu cuna.
¿Que sabe una madre que es el poder?
Nada, rio, nada.
Ella sólo sabe cobijar.
Un camalote me trae una Mburucuya.
Quizá la hayan cortado sus dedos para mí.
Ay, hijo, que nunca aprenderás.
Hace frío, río.
El sol me acaricia el vientre trunco.
Mi dedos dan el último punto.
Aquí te lo entrego.
Decile a las Nereidas que lo despierten.
Decile que no vuelva tarde.
Que lo espero con la pava caliente.
2003
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